Javier siempre había sido un hombre común, de esos que pasan desapercibidos en la multitud. Trabajaba como bibliotecario en un pequeño pueblo, y sus días transcurrían entre libros polvorientos y el suave susurro de las páginas al pasar. Sin embargo, todo cambió la noche en que encontró un libro extraño en el sótano de la biblioteca, un libro que no recordaba haber catalogado.
El tomo era antiguo, encuadernado en cuero negro, y no tenía título en la portada. Cuando lo abrió, se encontró con páginas llenas de símbolos que no podía entender, dibujos retorcidos y palabras escritas en un idioma que le resultaba completamente ajeno. A pesar de una sensación de inquietud que lo envolvía, Javier se llevó el libro a casa, intrigado.
Esa noche, mientras la tormenta rugía fuera de su ventana, Javier no pudo resistir la tentación de intentar descifrar el contenido del libro. A medida que recitaba en voz baja las palabras que veía en las páginas, la atmósfera en la habitación comenzó a cambiar. El aire se volvió denso, y las sombras en las paredes parecieron alargarse, como si estuvieran cobrando vida.
De repente, el espejo que colgaba en la pared frente a él se rompió en mil pedazos con un estruendoso crujido. Javier dio un salto, asustado, pero lo que vio a continuación hizo que el terror se apoderara de él por completo. Entre los fragmentos de vidrio, comenzó a formarse una figura. Era como si las sombras y el vidrio roto se combinaran para crear una versión distorsionada de él mismo.
El doble que surgió del espejo tenía los mismos rasgos que Javier, pero sus ojos eran dos pozos oscuros, sin vida. Sonreía de una manera que hacía que la piel de Javier se erizara. Era una sonrisa que no era humana, una mueca de maldad pura. Antes de que pudiera reaccionar, la criatura salió del espejo, su piel era como cera derretida, y sus movimientos eran torpes, como si estuviera aprendiendo a usar un cuerpo por primera vez.
Javier intentó retroceder, pero la criatura se movía con rapidez antinatural. Lo atrapó, y su mano fría se cerró sobre su cuello. En su oído, la voz de la criatura susurró con un eco vacío, "Ahora tú eres el reflejo."
Con un grito ahogado, Javier sintió que algo se rompía dentro de él. Fue arrastrado hacia el espejo, y aunque intentó resistirse, era como si una fuerza invisible lo empujara hacia los fragmentos. Con horror, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Estaba siendo succionado dentro del espejo roto, y en su lugar, la criatura quedaba en su mundo, con una sonrisa satisfecha.
Desde el otro lado del espejo, Javier vio cómo la criatura adoptaba su vida, caminando por su casa, usando su ropa, sonriendo con su cara. Intentó golpear el vidrio, pero sus manos ya no lo obedecían. Estaba atrapado en un reflejo, condenado a ver cómo su doble vivía su vida.
Con el tiempo, Javier comprendió que el libro no había sido un hallazgo accidental. Alguien había puesto ese libro en su camino, alguien que conocía el poder oscuro que contenía. Y ahora, él era el prisionero de su propio reflejo, mientras que su doble caminaba libre en su lugar, acechando a nuevas víctimas.
El pueblo nunca volvió a ver a Javier como antes. Aunque seguía trabajando en la biblioteca y paseando por las calles, aquellos que lo conocían notaron un cambio inquietante en él. Una sombra en sus ojos, una sonrisa que no era del todo suya. Nadie podía sospechar que el verdadero Javier estaba atrapado detrás de un espejo roto, mientras su doble se regocijaba en el caos que estaba a punto de desatar.
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